
El intestino, nuestro segundo cerebro
Durante décadas, el intestino fue visto únicamente como un órgano digestivo. Sin embargo, investigaciones recientes han demostrado que dentro de él habita un ecosistema complejo de microorganismos –la microbiota intestinal– que cumple un papel protagónico en funciones inmunológicas, neurológicas y emocionales. Se le conoce como el “segundo cerebro” por su estrecha conexión con el sistema nervioso central.
En un mundo donde el estrés, las enfermedades autoinmunes, los trastornos digestivos y los problemas de salud mental van en aumento, entender y cuidar la microbiota se ha vuelto más relevante que nunca.
¿Qué es la microbiota intestinal?
La microbiota intestinal es el conjunto de bacterias, hongos, virus y otros microorganismos que viven principalmente en el colon. Se estima que un ser humano adulto alberga más de 100 billones de microorganismos, superando en número a nuestras propias células.
Este ecosistema microbiano no es estático. Cambia según la alimentación, el uso de antibióticos, el entorno, el estrés e incluso la etapa de vida en la que nos encontremos.
En cuanto a la salud emocional, el intestino produce alrededor del 90% de la serotonina, un neurotransmisor clave para el estado de ánimo. Lo produce a través de la interacción de la microbiota con el sistema nervioso entérico (el sistema nervioso del intestino) y su conexión directa con el cerebro a través del nervio vago. Es decir, la microbiota no solo influye en cómo nos sentimos físicamente, sino también en cómo pensamos, reaccionamos y sentimos emociones.

Microbiota e inmunidad: la primera línea de defensa
¿Sabías que el 70% de tu sistema inmune vive en tu intestino?
Esto significa que la salud inmunológica depende en gran parte de la microbiota. Algunas funciones clave que cumple son:
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Entrenamiento inmunológico: enseña al cuerpo a diferenciar entre enemigos reales (virus, bacterias patógenas) y sustancias inocuas (alimentos, alérgenos).
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Producción de sustancias antimicrobianas: muchas bacterias buenas secretan compuestos que inhiben a las bacterias dañinas.
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Regulación de la inflamación: ayuda a modular la respuesta inflamatoria, clave en enfermedades autoinmunes, alergias y procesos crónicos.
Las alteraciones en la microbiota (disbiosis) se han vinculado con enfermedades como asma, diabetes tipo 1, psoriasis, lupus e incluso algunos tipos de cáncer.

La microbiota también afecta la memoria, el aprendizaje y la concentración, lo que la convierte en una aliada clave en la infancia, el envejecimiento y el rendimiento académico o deportivo.

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Aumenta el consumo de fibra prebiótica: presente en avena, plátano, espárragos, ajo, cebolla, alcachofa, lentejas, etc.
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Incorpora fermentados naturales: como yogur natural, kéfir, kimchi, chucrut, kombucha o miso.
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Reduce el consumo de ultraprocesados, azúcares añadidos y grasas trans, que promueven el crecimiento de bacterias dañinas.
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Algunos cepas específicas como Lactobacillus rhamnosus GG y Bifidobacterium longum han mostrado efectos positivos sobre la ansiedad, la inflamación intestinal y el sistema inmune.
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Consulta con un profesional de salud para elegir el probiótico más adecuado según tus síntomas y objetivos.
El estilo de vida moderno —estrés crónico, dietas ultraprocesadas, falta de fibra, antibióticos innecesarios— está debilitando este ecosistema. Por eso se han comenzado a estudiar soluciones como el trasplante de microbiota fecal (TMF), utilizado con éxito en infecciones recurrentes por Clostridium difficile, o incluso suplementos personalizados según el perfil genético y microbiano del usuario, como los que ofrece Viome o ZOE, que analizan tu microbioma para darte una dieta antiinflamatoria a medida.
Para quienes quieren comenzar a cuidar su microbiota de manera práctica, algunos consejos avalados por la ciencia son simples: consumir alimentos fermentados como yogur natural, kéfir, kimchi, chucrut o kombucha; aumentar el consumo de fibras prebióticas (en plátano, espárragos, avena, lentejas, etc.); reducir los ultraprocesados y azúcares añadidos; y priorizar el manejo del estrés a través de actividades como la meditación, la respiración consciente o el contacto con la naturaleza.
Un recurso interactivo interesante para profundizar en este tema es la serie de vídeos animados de Kurzgesagt sobre la microbiota, como este episodio llamado “You Are Your Microbiome” en YouTube: También vale la pena explorar el libro “La digestión es la cuestión” de Giulia Enders, que explica con mucho humor y claridad científica cómo nuestro intestino influye en todo.
Cuidado de la microbiota intestinal en menores de edad

Cuidar la microbiota desde la niñez es una estrategia de salud a largo plazo. Es enseñarles a los niños —sin necesidad de hablarles de bacterias— que su bienestar comienza por dentro, y que lo que comen, cómo viven y cómo sienten, importa profundamente desde hoy.

Desde los primeros días de vida, la microbiota intestinal comienza a formarse y juega un papel crucial en el desarrollo inmunológico, metabólico y neurológico del niño.
La forma en que un bebé nace (parto natural vs. cesárea), si es alimentado con leche materna, el uso de antibióticos tempranos y el entorno en el que crece, son factores que impactan significativamente la composición de su microbiota.
Algunos cuidados clave incluyen ofrecer una alimentación rica en fibra desde que se inicia la alimentación complementaria: frutas, vegetales, legumbres y cereales integrales deben ser parte del menú diario.
Es importante limitar el consumo de ultraprocesados, bebidas azucaradas, alimentos con colorantes y conservantes, que pueden alterar el equilibrio bacteriano en desarrollo.
También se recomienda evitar la sobreexposición innecesaria a antibióticos, ya que estos pueden destruir tanto bacterias dañinas como las benéficas.